Príncipe del aire ruego demores el golpe
con el que el has de consumar tu dictamen de aniquilarme.
Barón del viento y noble conde de este bosque,
te suplico guardes calma, pronto podrás devorarme.

Amo de buitres tú que posas en cadáveres,
te agradezco el honor de que permitas otorgarme
sangre de mi carne y una pluma de tus alas
para escribir yo la historia con la que ahora mismo acabas…

Allá le llamaron la tumba, aquí el umbral de alguna matriz,
en aquel otoño templado fugaz me presenté en la esfera mundana;
la vida porfiada lograba con artimaña hacerme acudir
mientras yo le juraba a la muerte el pronto arribo de aquella batalla.

Y me hallaba inatento en ese momento al tiempo de ver
aquella muralla que se mostraba como refugio siendo mi cárcel.
Llegó el percance, atrajo al trance tras su llegada
y mi salud veía el desenlace cuando a su alcance se tropezaba.

Y el miedo brotaba como reflejo en agua agitada
y yo medio muerto en un mar infecto que a sotavento me abalanzaba.
Terco y con coraje resguardándome entre palabras
y en las alas de alguna diosa cuyo plumaje fueron espadas.

Mas el destino vino y nadó en mi rivera pues ya era evidente,
cual castores que construyeran su madriguera entre la corriente;
fuente de mi hilaridad no fue el dinero aburrido de encanto,
sino fue la tranquilidad del manantial nacido del llanto.

Y no tuve tanto tacto para poder remontar
pasando por alto el anonimato y todos los actos de soledad,
el pacto fue mi quebranto cuando ya no lo pude pagar,
no fue nada cauto aquel arrebato en cuanto todo me pudo matar.

Lejano de tiempo y ambiente, el adolescente poco habitual,
el tipo de gente con una mente que es suficiente para enfermar.
Creyente de aquel oyente del invidente que vigiló
mi paso imprudente por la pendiente, hay dientes de sierpes en mi talón.

Y no, abriendo cadena en cueva ajena no pude salir,
mi condena fue todo problema que afuera en la guerra no era para mí.
Pasando mi tiempo metiendo mi cara en cada telaraña que vi,
sentí pisadas de cerca cuando era tarde ya para huir.

¡Ay de mí, al fin sus ojos me miran morir!
Me están degollando las garras de la mano que me coronaba aquí.
Así al pasado volví y le remendé mas no corregí
cuando le tejí mi roto presente con los retazos del porvenir.

…Estoy atrapado en este letargo de mi sosiego,
herrado de cada costado al lado amargo del lago de fuego.
Anhelo el suave silencio del invierno en cada paraje
y si el cielo nace radiante esculpiré sobre el hielo mis males.

O tal vez la vida decida que mida mi lápida pronto
aburrida de inhabilidad y debilidad de mi lánguida entrega,
tengo la práctica válida para lidiar con la muerte a su modo
pero en el fondo yo no conozco un solo logro que valga la pena.


Pues ya nada queda, sólo materia y es temporal,
por eso mi tórax te implora que tú lo horades con tu pico rapaz,
tan pronto llegue mi hora, depredadora devoras voraz,
no demora más en tu paladar morar mi espora de sangre fatal.

Es tarde para esperar, y tarde para buscar;
es tarde para extrañar o para abrazar e incluso llorar.
Ahórrame toda tortura, apura tu dura garra letal
que taladrará con suma piedad alguna arteria de flujo vital.

Verás, fue muy ingrato tener contacto con esta esfera,
onírica la realidad, es un delirio llamado existencia.
Hoy agradezco que decidas hacerle tu presa
al que mañana pudo hacer suyas a entidades más indefensas…